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3.21.2010

Solemnidad Anunciación de la Santísima Virgen María- 25 de Marzo

Esta gran fiesta tomó su nombre de la buena nueva anunciada por el arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María, referente a la Encarnación del Hijo de Dios. Era el propósito divino dar al mundo un Salvador, al pecador una víctima de propiciación, al virtuoso un modelo, a esta doncella -que debía permanecer virgen- un Hijo y al Hijo de Dios una nueva naturaleza humana capaz de sufrir el dolor y la muerte, afín de que El pudiera satisfacer la justicia de Dios por nuestras transgresiones.

El mundo no iba a tener un Salvador hasta que Ella hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio y he aquí el poder y la eficacia de su Fíat. En ese momento, el misterio de amor y misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por tantos profetas, deseado por tantos santos, se realizó sobre la tierra. En ese instante el alma de Jesucristo producida de la nada empezó a gozar de Dios y a conocer todas las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento Dios comenzó a tener un adorador infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de este gran misterio, solamente María es acogida para cooperar con su libre consentimiento.

  • Primera Lectura: Isaías 7,10-14;8,10
    "Mirad: la virgen está encinta"

    En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: "Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo." Respondió Acaz: "No la pido, no quiero tentar al Señor." Entonces dijo Dios: "Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"."

  • Salmo Responsorial: 39
    R/ "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad."

    Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
    y, en cambio, me abriste el oído;
    no pides sacrificio expiatorio,
    entonces yo digo: "Aquí estoy." R.

    "-Como está escrito en mi libro-
    para hacer tu voluntad."
    Dios mío, lo quiero,
    y llevo tu ley en las entrañas. R.

    He proclamado tu salvación
    ante la gran asamblea;
    no he cerrado los labios:
    Señor, tú lo sabes. R.

    No me he guardado en el pecho tu defensa,
    he contado tu fidelidad y tu salvación,
    no he negado tu misericordia y tu lealtad
    ante la gran asamblea. R.

  • Segunda Lectura: Hebreos 10,4-10
    "Está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad"

    Hermanos: Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."" Primero dice: "No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias", que se ofrecen según la Ley. Después añade: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad." Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

  • Evangelio: Lucas 1,26-38
    "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo"

    A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible." María contestó: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y la dejó el ángel.

    ORACIÓN

    Dios todopoderoso,

    que quisiste que tu Hijo único

    se hiciera hombre en el seno de la Virgen María,

    concede a quienes lo reconocemos

    como verdadero Dios y verdadero hombre

    que podamos participar de su condición divina.

    Te lo pedimos por el mismo Jesucristo,

    Hijo tuyo y Señor nuestro,

    que contigo y el Espíritu Santo

    vive y reina en unidad

    por los siglos de los siglos.

San Dimas: El Buen Ladrón- 25 de Marzo


Sólo poseemos noticias ciertas acerca de su muerte y de su solemne canonización -por parte del mismo Jesucristo-, no repetida en la historia de la Santidad. - Fiesta: 25 de marzo.

"Y con Él crucificaron dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda de Él. Y fue cumplida la Escritura que dice: Y fue contado entre los inicuos.

"Uno de los malhechores le insultaba diciendo: ¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a Ti mismo y a nosotros.

"Mas el otro, respondiendo, le reconvenía diciendo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos; mas Éste nada ha hecho; y decía a Jesús Acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza.

"Díjole: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Marcos 17, 27s. y Lucas 23, 39-43).

Como hemos indicado al principio, nada más sabemos de San Dimas con certeza histórica, pues son unas actas, aunque muy antiguas, apócrifas las que iniciaron la leyenda sobre el mismo, que todos hemos oído relatar alguna vez.

La Sagrada Familia, según nos narra la Biblia, se vio obligada a huir a Egipto, debido al peligro que corría la vida de Jesús, por la persecución de los niños menores de dos años que Herodes el Grande había decretado.

En cierta ocasión en que los soldados del rey -y empieza aquí la narración apócrifa- estaban sobre la pista de la Familia Santa, y cuando ya les andaban muy cerca, José y María encontraron una casa en la que fácilmente se podrían esconder, si les dejaban entrar.

Esta casa era la que habitaba Dimas con los suyos. José les pide que los escondan, pues los soldados del rey con sus caballos, mucho más veloces que el sencillo borrico que montan, ya casi les dan alcance. Pero los habitantes de aquella casa se niegan a ello.

En este momento sale el joven Dimas, que seguramente por su carácter y decisión gozaba entre sus camaradas de gran autoridad, y dispone que se queden y les esconde en un lugar tan oculto que la policía romana no consigue descubrirlos, ni puede detenerlos. Jesús promete a Dimas, agradecido, que su acto no quedará sin recompensa, y le anuncia que volverán a verse en otra ocasión y aún en peores condiciones, y entonces será Él, Cristo, quien ayudará a su benigno protector.

De este modo terminan su narración las actas apócrifas. Explicación suficiente, sin embargo, para observar en ella una diferencia total entre las leyendas atribuidas a Jesús, y la sobriedad evangélica, aun en los momentos más sublimes en que para confirmar su doctrina, Jesucristo obra algunos de sus milagros. Por esta razón nos ceñiremos a continuación al relato evangélico, Palabra Viva, que nos conduce a importantes enseñanzas.

¿A qué fue debida la conversión de Dimas, un ladrón, un malhechor, que seguramente en toda su vida no había visto a Jesús, aunque hubiera oído hablar de Él, como de alguien grande, misteriosamente poderoso y enigmático para muchos?

Porque en la cruz, Dimas se nos presenta ya convertido, como creyente en la divinidad de Cristo: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?".

Un autor moderno atribuye la conversión de Dimas a la mirada de Jesucristo, la mirada clara de Cristo; en su cara abofeteada, escupida y demacrada, la mirada que había obrado tantos prodigios y que convertía al que se adentraba en ella con corazón limpio, en seguidor y discípulo...

Y el corazón de Dimas debía ser limpio, a pesar de todos sus delitos. Inclinado al robo quizá por circunstancias externas, circunstancias tal vez de tipo social, había sabido conservar, empero, cierto cariño a los que le rodeaban, y un respeto sincero a sus padres y a las vidas de los demás.

Y Dios, por la Sangre de su Hijo que estaba a punto de derramarse, le premiaba lo bueno que había hecho y le perdonaba lo malo. Y en su Amor insondable -Dios es Amor- le había concedido las gracias suficientes y necesarias para aquel acto profundo de fe.

Y a continuación el gran acto de sometimiento a la Voluntad de Dios y a la justicia de los hombres: "Nosotros, la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos"; y después, en aquellos momentos solemnes, alrededor de los cuales gira toda la Historia, quiera el hombre reconocerlo o no, la petición confiada, anhelante a su Dios, que por él, con él y también por nosotros moría en una cruz: "Acuérdate de mí, cuando vinieres en la gloria de tu realeza".

Y de labios del mismo Cristo oye Dimas las palabras santificadoras: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

He aquí un Santo original: hasta poco antes de morir, un ladrón, un malhechor, de familia seguramente innoble, sin ningún milagro en su haber, que puede ser, para nosotros, un magnífico tema de profunda meditación.

3.18.2010

Domingo V de Cuaresma

El amor de Dios por encima de toda condena

En nuestro caminar hacia la Pascua, vamos recorriendo etapas que nos ayudan a purificarnos de tantas cosas que no son la realidad liberadora que debe ser la fe en el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. Nuestra fe, o sea el modo nuestro de vivir la religión, puede convertirse en obstáculo al encuentro con el Dios de Jesús que es nuestro Dios. Tradiciones culturales, intereses personales, miedos, voces que nos gritan la llegada de otros dioses y, sobre todo, la falta de encuentro personal con el Evangelio van cubriendo nuestra fe de adherencias supersticiosas y mágicas que ocultan la Buena Noticia inaugurada con la predicación de Jesús y que culmina con su Pascua. La cuaresma es el tiempo propicio para purificar nuestra fe, y la Palabra de Dios, el mejor momento para ello.

En este IV domingo de la cuaresma se nos presenta la marcha del pueblo de Dios en medio de sufrimientos y esperanzas: destierro-repatriación del pueblo; ruina-restauración del templo; juicio y gracia de Dios (primera lectura) con el que fácilmente podemos identificarnos.

La segunda lectura nos ayuda a ver que el camino, con sus luces y sombras, adquiere un sentido nuevo a la luz de la fe en un Dios que es misericordia y amor, y que por pura gracia toma la iniciativa de la salvación. Pero esta salvación tiene un precio, pasa por el camino de la cruz (tercera lectura). Volver siempre la mirada a la cruz, cumbre de la manifestación de ese Dios, libera de las falsas imágenes de Dios que se nos van adhiriendo en la marcha.

Primera Lectura

Lectura del libro del profeta

Isaías (43, 16-21)

Esto dice el Señor, que abrió un camino en el mar y un sendero en las aguas impetuosas, el que hizo salir a la batalla a un formidable ejército de carros y caballos, que cayeron y no se levantaron, y se apagaron como una mecha que se extingue:

“No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida.

Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y las avestruces, porque haré correr agua en el desierto, y ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo escogido.

Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 125

Grandes cosas

has hecho por nosotros, Señor.

Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar.

Grandes cosas

has hecho por nosotros, Señor.

Aun los mismos paganos con asombro decían: “¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!” Y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.

Grandes cosas

has hecho por nosotros, Señor.

Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor.

Grandes cosas

has hecho por nosotros, Señor.

Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.

Grandes cosas

has hecho por nosotros, Señor.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol

san Pablo a los filipenses

(3, 7-14)

Hermanos: Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él, no porque haya obtenido la justificación que proviene de la ley, sino la que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.

Y todo esto, para conocer a Cristo, experimentar la fuerza de su resurrección, compartir sus sufrimientos y asemejarme a él en su muerte, con la esperanza de resucitar con él de entre los muertos.

No quiero decir que haya logrado ya ese ideal o que sea ya perfecto, pero me esfuerzo en conquistarlo, porque Cristo Jesús me ha conquistado. No, hermanos, considero que todavía no lo he logrado. Pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Honor y gloria a ti,

Señor Jesús.

Todavía es tiempo, dice el Señor. Arrepiéntanse de todo corazón y vuélvanse a mí, que soy compasivo y misericordioso.

Honor y gloria a ti,

Señor Jesús.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio

según san Juan (8, 1-11)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?” Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”.

Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.


PARA ORAR EN COMUNIDAD

Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por El” (Jn 3, 17)

Tu signo en el cielo, Señor,

no es el trueno ni el rayo, sino el arcoiris

porque eres el Dios del amor.

Como los niños, cuando cometen una falta,

intentan esconderse de la mirada de su madre,

nosotros, cuando hemos pecado,

nos alejamos voluntariamente de ti

procurando escondernos para que no nos veas.

Pero Tú no te olvidaste de nosotros,

no nos abandonaste

y viniste en busca nuestra,

y al encontrarnos no nos castigaste

sino que nos tomaste de la mano,

y nos devolviste a casa.

para salvarnos a nosotros

sacrificaste a tu Hijo.

¿Cómo medir la grandeza

de tu corazón?

¿Cómo no golpearnos el pecho

por las tonterías que cometimos?

¿Cómo no llorar de alegría

delante de la admirable ternura

de tu infinita misericordia? Amén.